Lapvona by Ottessa Moshfegh

Lapvona by Ottessa Moshfegh

autor:Ottessa Moshfegh [Ottessa Moshfegh]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788420461519
editor: 2023
publicado: 2022-11-30T23:00:00+00:00


Luka había salido hacia Krisk al amanecer, en busca del cantor. Mientras preparaba su caballo y el carruaje, había presenciado no solo cómo el sacerdote había bajado dando tumbos, desnudo, desde el estanque, sino que también había visto a Marek, arrastrando los pies mientras subía por la colina desde la aldea, con la túnica negra del cura. Le pareció raro que el sacerdote no llevase nada de ropa encima, pero Marek le traía sin cuidado. Se negaba a reconocer su existencia. Para Luka, Marek no era nada. Un espantapájaros. Una sombra. Un punto en su ojo. Se restregó los ojos mientras cabalgaba. No había dormido mucho. Tardaría medio día en llegar a Krisk y estaba cansado. Masticó un poco de tanaceto para calmar su intranquilidad, mientras el sol salía tras él. Se cruzó con Agata mientras bajaba la colina a caballo. Parecía la típica monja que iba a visitar a Villiam, como hacían algunos días festivos, para llevar a cabo rituales místicos que Luka sabía que eran una patraña. Pero era raro que una monja fuese andando sola. Por lo general, él mismo iba al convento a buscarlas. Y no era un día festivo. Era martes. La joven monja le pareció extraña, pero eran tiempos extraños. Quizá se habían quedado sin comida en el convento. Le darían bien de comer en la casa solariega, eso lo sabía.

Luka se tomó la imagen de la monja subiendo sola por la colina como una señal, e intentó encontrarle un significado mientras cabalgaba, bebiendo de vez en cuando de la garrafa de agua y masticando el pan que le habían dado las sirvientas para el camino. También llevaba una cesta con fruta y el almuerzo para el cantor, a quien le gustaba bastante la comida. Tenía la barriga como la de un perezoso, lo que le daba a su voz arrulladora su rotunda suavidad. Luka se imaginaba que estaría esperándolo, ansioso, más flaco y nervioso y hambriento, ya que en Krisk también habían sufrido la sequía, aunque no de manera tan devastadora como en Lapvona. Luka sabía de sobra que la gente de Lapvona estaba muerta de hambre, pero no les tenía miedo. Si veía a alguien pidiendo por el camino, le tiraría una uva o un albaricoque. A él no le gustaba la fruta, su dulzura le resultaba demasiado desgarradora. Los guardias del camino lo saludaban a su paso. Se preguntó si sabrían que Jacob había sido su hijo, después sacudió la cabeza. Todo el mundo lo sabía, por supuesto. Villiam lo sabía, los sirvientes lo sabían. Lispeth lo sabía. Quizá hasta el mismo Jacob lo había sabido. Aquello, sin embargo, lo deprimió. Quizá la monja fuese, en efecto, una señal: «Entrégate a Dios ahora. Lo necesitas».

A mitad de camino hacia Krisk, Luka se detuvo a dormir una siesta bajo la milagrosa sombra de un castaño desnudo. Se metió en el carruaje y se tumbó. Fantaseó con que algún maníaco aparecería y lo asesinaría, le robaría el caballo y saldría corriendo, dejándolo muerto para que se dejara llevar hasta el cielo, donde lo esperaba Jacob.



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